jueves, 27 de marzo de 2008

Anacleto Morones

“¡Viejas, hijas del demonio! Las vi venir a todas juntas, en procesión. Vestidas de negro, sudando como mulas bajo el mero rayo del sol. Las vi desde lejos como si fuera una recua levantando polvo. Su cara ya ceniza de polvo. Negras todas ellas. Venían por el camino de Amula, cantando entre rezos, entre el calor, con sus negros escapularios grandotes y renegridos, sobre los que caía en goterones el sudor de su cara.

Las vi llegar y me escondí. Sabía lo que andaban haciendo y a quién buscaban. Por eso me di prisa a esconderme hasta el fondo del corral, corriendo ya con los pantalones en la mano.”

Juan Rulfo

…Decir Juan Rulfo es decir indispensable, clásico, inmortal. Sus obras, la novela de Pedro Páramo y el conjunto de cuentos del Llano en Llamas, lo han situado en la cúspide de una Literatura que no discierne idiomas ni años ni nada. Para todo lector, Rulfo simplemente es Grande. El pasado 14 de marzo, el grupo teatral La Madeja se atrevió a adaptar Anacleto Morones en el CECUT, uno de sus cuentos más populares. Sí ¿Cómo la ven? Se atrevió. Es casi un descaro hoy en día, que los productores y directores prosigan con ese espíritu inextinguible de darle vida a las obras de los Grandes Escritores. Generalmente no es, por no decir que Nunca, una buena idea.

Habrá sido o no a causa de una decisión predeterminada, pero la puesta en escena no se realizó propiamente en La Sala de Espectáculos. Con unas bancas y una escenografía minimalista, se acomodó el escenario detrás de las cortinas del Teatro para albergar a un público reducido e informal, creando inesperadamente un ambiente acogedor y agradable. Ante las circunstancias, las expectativas no eran altas. Pero hay que reconocerles a los artistas, los verdaderos artistas, que se encarguen de trabajar sobre sus propias visiones y no las expectativas de los demás, pues eso es lo que resulta en el buen arte.

El cuento cobró vida ante nuestros ojos. O más bien nosotros, el público, éramos como intrusos invisibles caminando en fila hacia la ubicación de la presentación. Nos arremetíamos por equivocación en un contexto incongruente de la vida. Pero si lo conocíamos. Ahí estaba, Lucas Lucatero, masticando maíz y sin la menor idea de que tenia compañía. Lentamente, se pone de pie, penetra la mirada vagabunda y comienza…“¡Viejas, hijas del demonio!...”

Diez viejas venían de Amula. Buscaban a Lucas Lucatero porque deseaban canonizar a “El niño Anacleto”, de quien Lucas era yerno y antiguo cómplice de andanzas. Sólo él podía hacer el testimonio imprescindible. Él, que lo conocía antes de que hiciera milagros y fuera famoso. Lucas Lucatero.

Pero en el pequeño escenario no había diez mujeres. Había dos hombres. Uno era Lucatero y otro era, al mismo tiempo, las numerosas féminas de tercera edad. La personificación múltiple y la escasez de elenco, pudieron haber sido otro factor de baja expectativa. Pero muy al contrario, otorgaron a la obra un toque de exquisitez y excelencia que no es fácil de encontrar. Además de este juego de caracteres, la adaptación de la narración respetó a completitud la forma y el estilo utilizados por Rulfo, ya que éste emplea en el cuento una intercalación entre monólogo y diálogo que van separando el momento de la acción y el relato que él hace del mismo posteriormente.

La incomodidad del anfitrión se externa en una primera y obvia razón desde el principio: no tiene ningún deseo de participar en el plan que las congregantes del Niño Anacleto traen entre manos. Las causas escondidas se van haciendo saber poco a poco. En realidad, hay algo más que esa inapetencia de colaboración aparente. Se van dando pistas que ni siquiera parece que sean pistas, ya que se confunden como parte de la reacción enfadada de Lucas Lucatero ante las visitas repentinas. Verdad, sin embargo es, que el Niño Anacleto no era ningún santo, sino a palabras de Lucas “el vivo demonio”. Era un farsante de milagros, un aprovechado de viejas ingenuas y el padre del hijo de su hija. Verdad es también, que estaba enterrado en el fondo del corral.

La táctica de Lucas Lucatero fue ir encontrando los “talones de Aquiles” de cada una, hacerlas sentir tremendas ganas de irse, prolongar la plática y la visita a tal punto que tuvieran que regresar a Amula sin tener tiempo para efectuar su encomienda. Fue exitoso, y en esos éxitos, el público halló la risa definitiva y la satisfacción inesperada. Las actuaciones de Sergio Limón y Carlos Puentes resultaron más que excelentes. En un punto de la obra teatral, quien personifica a Lucatero, también se vuelve multifacético y hace una regresión en el tiempo en la que se convierte en Anacleto y Lucas al mismo tiempo, quienes llevan una conversación.

Cuando al final sólo queda Pancha, de las diez que venían, Lucas la invita a pasar la noche con él a cambio de auxiliarla en su iniciativa. Es una invitación sin gana y sin chiste, pero Pancha accede. Sin saberlo, antes de irse a acostar lo ayuda a rejuntar las piedras que cubren el cadáver de Anacleto Morones. A la madrugada siguiente, esta le dice:

“-Eres una calamidad, Lucas Lucatero. No eres nada cariñoso. ¿Sabes quién sí era amoroso con una?
-¿Quién?
-El Niño Anacleto. El sí que sabía hacer el amor.”

Una batalla machista ganada desde la tumba, un farsante probado, una sonrisa enorme en el público, un minúsculo escenario, una grandísima obra teatral. Lo que viene a probar que las expectativas no son más que expectativas y que a veces, sólo a veces, un arte y otro arte se conjugan para crear algo todavía más formidable.

2 comentarios:

Marcos Aurelio dijo...

Excelente obra... no cabe duda.
No puedo idear una reseña mejor que la tuya para describir aquella obra.

David Najera dijo...

Muy buena reseña señorita. He tenido muy olvidado al teatro tijuanense por bastante tiempo, ¡y tanto que me gusta actuar!

Ni siquiera tuve tiempo de ir a ver a chespirito...